miércoles, 4 de septiembre de 2013

Intrigas de oficina (IV)

(Leé primero las tres entregas anteriores)

Cleptomanía: propensión patológica al hurto.

La psicoanalista intentó tranquilizarla. "No sos cleptómana", le repetía. Sin embargo la cadeta y también las otras minas de la oficina tenían pocas dudas acerca de quien era el ladrón en esa historia. Ella necesitaba saber si era posible robar y desconocer el acto.

Robar de manera inconsciente.

Si era cleptómana había un misterio para desentrañar. ¿Qué hacía con la plata? ¿La gastaba también de manera inconsciente? Su teoría, la de ser una ladrona, era endeble. Pero no iba a dejar que la idea la abandonara en una sola sesión de terapia. Tenía que cumplir más horas de diván.

En ese tiempo las obsesiones la perseguían hasta enloquecerla. Como cuando cuidaba chicos. Pobre Carolina… Las veces que entraba a su habitación a taparla porque sentía frío y después a destaparla, porque hacía calor. Series completas de quince, veinte minutos de hacer y deshacer. Agotador para cualquier mente. Tal vez, si en esa sesión, en la de la cleptomanía, la psicoanalista hubiera hecho la pregunta correcta. 

Pero no. 

Volver al trabajo después de la reunión acusatoria debe haber sido al menos difícil. No lo recuerda. Guarda en cambio instantáneas en donde elegía comer sola, en alguna plaza. Con su sueldo de cadeta no le daba para sostener todos los días un almuerzo de bar. Y si robaba, esa plata se desviaba hacia lugares que desconocía.

Se acuerda que una vez después del trabajo se cruzó con la piba de informática en la puerta de la facultad, en la de psicología. Su compañera charlaba con los militantes de la Franja. Se saludaron y cada una siguió su camino. Pensó que tal vez no estaba todo perdido porque las dos palabras que se dijeron fueron hasta amenas. Sin embargo ese encuentro fortuito marcó su retirada.

“No la vamos a necesitar por el verano”, le dijo al tiempo la mujer que hacía de segunda del político, esa que hablaba como mina de Barrio Norte y era mina de Barrio Norte. Una vez –se acuerda- le pidió que fuera a comprarle unas medias tipo red. No cuadraban con su estilo. Se la imaginó en una de esas tanguerías tan poco paquetas para una señora de su clase. Tal vez las usaba cuando llegaba a su casa. O con un amante.

“En enero y febrero casi no hay movimiento. En marzo la volvemos a llamar”. La cadeta entendió rápidamente el eufemismo. La estaban echando y no le iban a pagar un mango. No se acuerda si estaba en blanco o en negro pero sí está segura que fue al Ministerio de Trabajo para averiguar cómo llevarse aquello qué le correspondía. En ese punto no negociaba con su neurosis. El que estaba en falta era -indudablemente- el otro. 

La llamaron ni bien recibieron su telegrama para avisarle que fuera a buscar su guita. ¿Habrá sido la secretaria la del teléfono? Con el tiempo la cadeta había descartado la teoría de la cleptómana. Ahora pensaba que en todo ese asunto de la cartera y el billete había tufillo a auto robo. También su parte más paranoide –su cuadro era florido, no sólo vivía de obsesiones- llegó a imaginar una cama en su contra.  

“Usted es muy jovencita y no tiene por qué saberlo. Pero irse mal de un trabajo nunca es bueno. Crea fama de revoltosa –le dijo la estirada cuando fue a recibir su dinero-. Es un consejo que le doy para sus futuras oportunidades laborales”. Mientras la escuchaba se le aparecieron las medias tipo red. Podría haberle preguntado si bailaba tango o si las usaba con un amante. Pero no. Le contestó que no se preocupara por ella. Y la miró. Hasta desafiante.

Una revoltosa.

“Antes de recibir lo suyo va a ir al correo para enviar un telegrama de renuncia –le adelantó mientras firmaba un recibo-. Él la va a acompañar”, completó, y miró hacia la puerta.

Se refería al tipo, al mismo que le había ofrecido el laburo y que era el marido de su amiga. ¿Hacía cuanto tiempo estaba parado, silencioso? Mirá que bien, pensó ella, integró el comité de bienvenida y ahora la despedía.

Ahí nomas se acordó que el tipo en esos día iba a estar fuera de Buenos Aires. ¿No la había llamado su amiga para contarle de las vacaciones?

“Hacete cargo de este muerto, que es tuyo”, le habrán reprochado por teléfono. Y lo hicieron volver anticipadamente, seguro.

Todavía faltaba lo mejor.

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